martes, 1 de marzo de 2016

El Jardín Verdoyant

Suena el despertador y me despierto de un sueño, parecía una pesadilla pero no entiendo porqué, no me sentía incómodo cuando estaba en ella.

Miro hacia la ventana de mi habitación y prácticamente ya es de día.
Como siempre, tengo que ir con prisas y apresurarme para llegar a tiempo a clase, además hoy tenemos una excursión, vamos a visitar un colegio, la profesora se ha empeñado en que veamos una escuela en la que todavía educan a los niños “con mano dura”.

Tras las prisas y con el corazón latiendo en mi garganta, llego a clase y me siento en mi sitio. Apenas apoyar mi culo en la silla, la profesora me dice que nos vamos y que tenemos que correr hasta la parada del autobús.

Tomamos el autobús y a punto de llegar a nuestro destino, un cartel un poco oxidado indica que girando a la derecha se llega al colegio privado de Jardín Verdoyant. El autobús para ahí mismo y el conductor con un tono firme nos dice que es la última parada.

Hay matorrales alrededor de la pequeña carretera de gravilla, una casita a punto de perder su última teja y los restos de lo que antes podía haber sido un columpio. Más allá, a lo lejos, se puede ver el colegio, grande, pero con un aspecto tétrico, se pueden observar las pequeñas ventanas de apenas veinte centímetros de alto y un metro de ancho, suficiente para permitir que entre la luz pero creando cierto sentimiento de agobio.
Sueño extraño

Nos dirigimos hacia el colegio y al llegar a la entrada, vemos una puerta de madera carcomida y maltratada por el paso de los años pero nadie alrededor, ni siquiera se escucha el grito de algún niño que no quiere atender en clase o el bote de una pelota de fútbol al chocar contra el suelo.
Tocamos la puerta y sin mucho esfuerzo, la puerta se abre sin generar resistencia.
Nada más entramos en el colegio nos ponemos a buscar a alguien que nos pudiera atender.
La profesora, mis cuatro compañeros y yo nos dirigimos hacia lo que parecen unas escaleras que llegan a una primera altura, dónde parecen encontrarse las aulas.

Conforme vamos subiendo escuchamos algunos ruidos, y las paredes, con unas delgadas estructuras de metal en cada esquina comienzan a parecer estar más y más oxidadas, las paredes, más y más verdes. Mientras vamos subiendo podemos escuchar mejor ese sonido, suena como gente gritando.

Seguimos el ruido hasta llegar a un pasillo que aparece tras subir las escaleras y entramos en una sala enormemente alta, preguntándome cómo una sala tan grande puede estar dentro de un pequeño edificio. Mientras me viene esto a la mente creo ver un gran grupo de personas gritando.

Ahora veo una ventana, y tras ella puedo ver una casa más allá de los matorrales secos.

De repente suena el despertador y me despierto de un sueño...

2 comentarios:

  1. Interesante relato que juega bien con el descubrimiento de ese colegio, en imágenes en blanco y negro, y la irrealidad del sueño. ¡Enhorabuena!.

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