Suena el despertador y me despierto de
un sueño, parecía una pesadilla pero no entiendo porqué, no me
sentía incómodo cuando estaba en ella.
Miro hacia la ventana de mi habitación
y prácticamente ya es de día.
Como siempre, tengo que ir con prisas y
apresurarme para llegar a tiempo a clase, además hoy tenemos una
excursión, vamos a visitar un colegio, la profesora se ha empeñado
en que veamos una escuela en la que todavía educan a los niños “con
mano dura”.
Tras las prisas y con el corazón
latiendo en mi garganta, llego a clase y me siento en mi sitio.
Apenas apoyar mi culo en la silla, la profesora me dice que nos vamos
y que tenemos que correr hasta la parada del autobús.
Tomamos el autobús y a punto de llegar a nuestro destino, un cartel un poco oxidado indica que
girando a la derecha se llega al colegio privado de Jardín
Verdoyant. El autobús para ahí mismo y el conductor con un
tono firme nos dice que es la última parada.
Hay matorrales alrededor de la pequeña
carretera de gravilla, una casita a punto de perder su última teja y
los restos de lo que antes podía haber sido un columpio. Más allá,
a lo lejos, se puede ver el colegio, grande, pero con un aspecto
tétrico, se pueden observar las pequeñas ventanas de apenas veinte
centímetros de alto y un metro de ancho, suficiente para permitir
que entre la luz pero creando cierto sentimiento de agobio.
Nos dirigimos hacia el colegio y al
llegar a la entrada, vemos una puerta de madera carcomida y
maltratada por el paso de los años pero nadie alrededor, ni siquiera
se escucha el grito de algún niño que no quiere atender en clase o
el bote de una pelota de fútbol al chocar contra el suelo.
Tocamos la puerta y sin mucho esfuerzo,
la puerta se abre sin generar resistencia.
Nada más entramos en el colegio nos
ponemos a buscar a alguien que nos pudiera atender.
La profesora, mis cuatro compañeros y
yo nos dirigimos hacia lo que parecen unas escaleras que llegan a
una primera altura, dónde parecen encontrarse las aulas.
Conforme vamos subiendo escuchamos
algunos ruidos, y las paredes, con unas delgadas estructuras de metal
en cada esquina comienzan a parecer estar más y más oxidadas, las
paredes, más y más verdes. Mientras vamos subiendo podemos
escuchar mejor ese sonido, suena como gente gritando.
Seguimos el ruido hasta llegar a un
pasillo que aparece tras subir las escaleras y entramos en una sala
enormemente alta, preguntándome cómo una sala tan grande puede
estar dentro de un pequeño edificio. Mientras me viene esto a la
mente creo ver un gran grupo de personas gritando.
Ahora veo una ventana, y tras ella puedo ver una casa más allá de los matorrales secos.
De repente suena el despertador y me
despierto de un sueño...